
Siempre recuerdo que hace muchos años, mientras criticaba al arbitraje nacional, Víctor Hugo Morales les recriminó su falta de grandeza. Los árbitros desperdiciaban el privilegio de impartir justicia (a quién no le gustaría tener una responsabilidad tan noble) a cambio de algo tan chiquito como corromperse.
Eso es casi lo primero que pienso cuando me entero de esto de lo que nos vamos enterando todos sobre Alberto Fernández. El tipo tenía la posibilidad de hacer mucho por el prójimo. Pero ni bien fue ungido decidió que lo único que iba a hacer con su flamante poder era abusar de él, como el policía que pasa el semáforo en rojo sin ninguna urgencia que lo amerite. Ahora que soy presidente, voy a aprovechar para voltearme a todas las minas que nunca me dieron bola. Es aquello a lo que aspiré toda mi vida.
Todo un hombrecito.


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